En el arte no hay fórmulas mágicas pero sí existen técnicas sobre las cuales se puede crear. Este es un buen resumen de lo que puede significar ser padres. Si vamos al origen de la palabra crianza, su raíz está muy ligada a la creatividad. Y es que, si bien todos somos criaturas de Dios, somos nosotros quienes los traemos al mundo a través de un acto de amor. Ya eso nos pone en el contexto de que los hijos son una canalización de la fuerza divina que a través de nuestra energía creadora se consuma la unión de dos polos para generar un tercer ser que es producto de su fusión. Y cuando hablamos de fusión, es literal, pues allí se mezclan los genes, las historias, las creencias y todo lo que compone a estas dos personas, que a partir de ese acto se transforman para ser padre y madre.
Si hacemos analogía con la creación del universo, muchas culturas hablan del padre cielo y la madre tierra, que al unirse hicieron posible la existencia. Sin querer entrar en debates que escapan del alcance de este escrito, se puede observar que lo que ocurre a nivel del macro, también ocurre a nivel micro. Y en ese sentido basta recordar que la unión de dos células generó una tercera que se fue reproduciendo y dando funciones especializadas a cada una para que formaran tejidos, órganos y sistemas que conforman este nuevo ser creado.
Toda esta revisión del origen es solo para recordarnos que nuestros hijos llegaron aquí por un acto de amor, que desencadenó una sucesión de acontecimientos que los colocaron donde están hoy. Y donde quiera que estén en su desarrollo actual, sin duda es donde deben estar. Lo que han logrado y lo que no, corresponde a su camino individual y a nosotros como padres lo que nos corresponde es apoyarles para que puedan desarrollar su potencial.
Al igual que una semilla trae ya toda la información genética, y dependiendo de las condiciones ambientales se desarrollará de una forma o de otra, así los niños también tienen esas características. Nosotros como padres somos quienes proveeremos el ambiente y los nutrientes para ese desarrollo, de forma tal que ellos tomen lo que requieren de nosotros y del entorno para hacerse adultos.
¿Qué pasa si una planta recibe más agua de la que necesita? ¿o más sol? Definitivamente no podrá desarrollarse. Lo mismo ocurre con nuestros hijos. A veces pensamos que requieren más y más y sin embargo, en ocasiones lo que requieren es en realidad menos.
Otra de las necesidades para que un árbol crezca es tener suficiente espacio para expandirse. Si tiene otros demasiado cerca, le harán sombra y no recibirá el sol o no tendrá el espacio para profundizar sus raíces.
Y hablando de raíces, ¿de qué depende que un árbol crezca más y mejor? Pues sí, precisamente de cuán fuertes y profundas sean esas raíces. Y mientras más fuertes, tendrá más estabilidad y por lo tanto podrá crecer más y mejor. Como suele suceder con muchas cosas en la vida y en el mundo, lo que no está a la vista es lo que le da sustento a lo que se ve. Los árboles y nuestros hijos, lo que requieren son buenas bases, buenas raíces que los sostengan y que les permitan absorber los nutrientes que les permitirán crecer sanos y fuertes física, emocional y espiritualmente.
Ese es nuestro trabajo. Proveer. Pero no se trata de proveer cosas y comida. Se trata de proveer condiciones. Se trata de crear el ambiente apropiado, de abrir las oportunidades, de dar el sustento cognitivo, emocional y espiritual para ese desarrollo. El potencial está contenido en la semilla, pero lo que sucede con ella, depende de muchos factores. Nuestro trabajo es de agricultores. De sembrar, de plantar en terreno fértil, con suficiente espacio, de regar en cantidades apropiadas, de permitir que llegue la luz adecuada. De eso somos responsables. Lo que suceda con la semilla, está fuera de nuestro poder. Solo podemos y debemos hacer lo que está en nuestro control y colocar nuestra mejor intención para que ese desarrollo ocurra en base a ese potencial y a la voluntad de esos seres especiales y del creador.
Para darles esas condiciones, nos toca entrenarnos como agricultores. Aprender cuál es el tipo de tierra que más conviene a cada árbol, la cantidad de agua y cuidados que cada uno requiere. Cada semilla es única y tendrá necesidades específicas que nos toca como buenos agricultores descubrir y suplir.
¿Y qué sucedería con los árboles si el agricultor desconoce su oficio? ¿Qué pasaría si descuida su salud y no puede cumplir con sus deberes? ¿Y si está de mal humor permanentemente o hace su trabajo con desgano? ¿Y si divide su atención entre demasiadas actividades y deja de lado su labor? ¿Y si por el contrario, tiene tanto empeño que mira su germinador con excesiva frecuencia y siempre está interviniendo? ¿Y si coloca demasiada agua o expone excesivamente la planta al sol? ¿Y si siembra a los árboles demasiado pegados porque quiere verlos juntos? La lista de preguntas podría ser muy larga. Pero es evidente que se requiere una intencionalidad, un equilibrio, entrenarse como agricultor, desarrollar sabiduría, respetar los ciclos naturales y las condiciones individuales, entre otras claves para ser un buen agricultor.
Te invito entonces a que reflexiones:
¿Qué se requiere para ser un buen agricultor?
¿Cómo colocarás en práctica esas características en tu papel de madre/padre?
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